jueves, 2 de julio de 2015

La sonrisa forzada.





Sonríe, sonríe, sonríe. La televisión está poblada de  labios que dejan entrever la blancura del esqueleto. ¿De qué sonríen? lo hacen maquinalmente, planeado, exacto pero a la vez tan natural. La sonrisa puede ser gozo del alma, pero también una ominosa máscara. La sonrisa siniestra es la que se ha disociado del cuerpo, aquella que permanece como sonrisa pura, como gesto que distorsiona la cara recordándonos la vejez y la muerte. La sonrisa de un niño tiene música, la sonrisa macabra es muda. Es gesto forzado, volcado al vacío. La sonrisa siniestra es, entonces, sin destinatario.


Sonríe.

Así, como imperativo, como la orden que se les da a los niños que están a punto de entrar a una reunión social “sonríe, mijito, sonríe”.  Se nos ordena  falsificar ese gesto ante una foto,  para que perdure.  Al vendedor se le exige que sonría para que incremente sus ventas y en algunas ciudades al cruzar sus límites se  puede encontrar un letrero con algún mensaje parecido a este: “Sonrían están entrando a esta ciudad”.


“Sonríe te estamos grabando.” Graciosa manera de recordarnos  que nuestros actos son vigilados. Somos mirados, controlados y  lo que esperan de nosotros es una sonrisa.

Sonreír es bueno dicen las revistas respaldadas de algunos estudios científicos, poco importa cómo se hicieron, si es ciencia es verdad. Si sonríes se disminuye el estrés  y produces endorfina, tus problemas no son a causa del sometimiento sino de tu falta de sonrisas. ¿Qué la gente que sale sonriendo en la foto de sus anuarios universitarios son las que tiene mayor probabilidad de éxito laboral? Eso sí que hace sonreír

El gato Cheshire sonríe y desaparece, nada importa, no sabemos que es lo que esconde, pues nos ha cautivado con esa enigmática sonrisa - “nunca he visto una sonrisa sin gato” – dice Alicia en el país de las maravillas, y uno sospecha si  hay algo de gato en cada sonrisa, la cuestión es saber, si como dicen, está encerrado.



En el siglo XIX el neurólogo Guillaume Duchenne intentaba provocar sonrisas a sus pacientes a través de descargas eléctricas. Logró el gesto pero no la sonrisa (pues la sonrisa genuina, está en los ojos). Pero ha dejado un legado de duchenianos mediáticos, que sonríen y demandan que sonriamos. 


La sonrisa pueril construye la realidad, la sonrisa maquinal es simulacro de lo real.


El psicoanalista Rene A. Spitz, consideró a la sonrisa como manifestación de la primera organización psíquica, y esta se dará a partir del tercer mes de nacimiento.  A pesar de que en algunas ecografías en 4D y 3D se puede observar algunos rasgos muy parecidos a la sonrisa,  este gesto intrauterino  no pasará de ser solo un reflejo, espontáneo e involuntario. 

Las sonrisas del tercer mes generalmente serán ocasionadas por  la presencia de una forma específica,  compuesta por elementos del rostro humano como la frente, los ojos y la boca en movimiento. Spitz (1969) encontró que si no se presentan estos elementos de frente al bebé o se cubre uno de ellos, el infante cesa de sonreír, pues se ha roto la forma (Gestalt). Es decir que el bebé de tres a seis meses   reconoce  elementos del rostro humano pero aun no puede percibirlo en su totalidad.

La sonrisa también es parte de los primeros contactos sociales.  Y la sonrisa del infante siempre tiene un eco en los rostros de aquellos que lo miran. Rostros que son rastros que se irán unificando hasta que el pequeño comience a  reconocer un adentro-afuera.

La pueril sonrisa es la bienvenida que da el bebé  al nacimiento de las cosas, y que estalla en la risa y en los movimientos aun incontrolados de su cuerpo.  Si el llanto está presente en el nacimiento del cuerpo la sonrisa está en el parto del alma.

¿Qué sucede con la sonrisa pueril, acaso es devorada por la sonrisa maquinal, será eso la prueba de un  asesinato, el del alma?

Sonrisa que esconde como la de ese ser mitológico condenado a sonreír  eternamente, el payaso. Pero todo lo que oculta, muestra. Y ahí, en ese maníaco rojo, se puede ver la ominosa mueca de la melancolía. Por eso el gato se oculta, para que lo veamos reducido a su fascinante gesto, para agarrarnos desprevenidos, para hipnotizarnos en la blancura de su muerte. Porque la sonrisa también es amenaza.

Los animales enseñan los dientes para advertir su ataque, el hombre los aprieta para resistir sus ganas de morder, de devorar al otro. La sonrisa es la resistencia al canibalismo. La madre sonríe a su hijo porque la hace feliz, pero también para evitar devorarlo.

Konrad Lorenz (1950) observa ese impulso canibalístico en algunas madres caninas.
“Casi siempre que las madres devoran a sus hijos inmediatamente después del alumbramiento, lo que desgraciadamente no es raro en mamíferos caseros como cerdos y conejos, fallan los mecanismos que dirigen la retirada de las membranas protectoras y de la placenta, así como la sección del cordón umbilical. Si la cría nace con membranas protectoras, la madre comienza a lamer y a tirar, a un mismo tiempo, de éstas hasta formar un pliegue que, después, apresa con los dientes incisivos y corta con una cuidadosa dentellada” (Lorenz, 1950)
Es cierto, la sonrisa de la madre es muy conmovedora, pero no olvidemos que el niño también sonríe “Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem”.
Pero entonces se podría pensar en un retorno a la  primitiva intención de la sonrisa, si en un primer momento sonreía para no morderte, en un segundo momento era para recibirte hospitalariamente. Con los Duchenianos mediáticos, retorna la intención, “te sonrió para que no veas por donde te muerdo”.

Sonríe gato en la oscuridad, hazme creer que tu sonrisa es la luna, camino hacia ella pues en tanta penumbra, cualquier brillo  puede ser espejo del sol, abre tus fauces y deja en mí una eterna sonrisa.