martes, 15 de septiembre de 2015

La Maya y el Otro




Es constante caer en el error de afirmar que el pensamiento es exclusivo de occidente, o bien de colocar a occidente como la máxima del pensamiento frente a otras formas de pensar. En otras ocasiones no habrá afirmación alguna al respecto, al menos no de manera explícita, y simplemente se construirá el conocimiento sobre la base de una suposición desconocida en otra forma de anular lo diferente bajo el signo de cierto paganismo. La forma en que se reflexiona en torno al mundo y al ser humano, sin embargo, ha aparecido en todas las culturas: en donde hay cultura, hay pensamiento reflexivo. 

El entrecruce que se posibilita con la apertura a otras formas en que el ser humano responde a las preguntas sobre lo que nos rodea, nos abre nuevas vetas para seguir preguntando y, ¿por qué no?, para alumbrar esas oscuridades del saber: como dos zonas iluminadas divididas por la sombra, algunos saberes, aún desplegados sobre la misma superficie, mantienen sus relaciones fuera de la vista.

Si bien los temas de este breve texto exigen un tratamiento de mucho mayor profundidad que el que se presta para un blog, pondré las fichas sobre una suerte de provocación: una invitación a entramar el conocimiento desde distintas perspectivas para enriquecer la visión que tenemos del acontecer del sujeto, esperando que el resultado de la apuesta sea un germen que pueda desenvolverse en el pensamiento de quien, por algo más que casualidad, se arroja sobre este charco de letras. En el peor de los casos se trata de un entretenido ejercicio para la imaginación.

El Otro en psicoanálisis es el lugar, el lugar del lenguaje. Un sujeto no emerge si no se inscribe en el campo del Otro, si no es castrado, arrancado del lugar de goce, de la cosa en sí para nombrarla. El Otro no es otro, el otro yo, los demás, sino el lenguaje mismo y tendrá (valga aquí comenzar con los entrecruzamientos) distintos avatares. De tal modo, si el Otro es el lenguaje y el sujeto es sujeto en tanto sujeto del lenguaje, tenemos que el lenguaje precede y es condición para el sujeto. ¿Pero cómo se asocia con la maya

Maya es una palabra empleada en el hinduismo para designar el artificio, el entramado de la existencia, el despliegue de formas (en la díada sustancia-forma). Para el hinduismo, y en particular para el culto a Vishnú, la maya es la ilusión de la existencia. El término también se asocia con el artificio en el discurso político, y con el engaño en tanto truco u obra de brujería (en donde, inevitablemente, surge en nuestra mente cierto parentesco con la palabra "magia"). En este sentido, todo lo que existe, natural y sobrenatural, es emanación de la Sustancia Divina.

Podemos comenzar a agrupar estos elementos en una suerte de «complejos» a los que llamaré, siguiendo la orientación que nos provee Jung, «arquetipos». Es necesario, sin embargo, tener bien claro de qué se trata un complejo. Si bien es un término recurrente en el psicoanálisis freudiano, no olvidemos el origen del término, inicialmente acuñado por Jung: al medir los tiempos de respuesta de sus pacientes ante palabras-estímulo, el psiquiatra suizo halló que ante determinadas palabras el tiempo de respuesta era mayor; estas palabras se asociaban con determinadas experiencias afectivas del sujeto y estas formas de organización son los complejos. En la obra temprana de Freud, el centro de estas agrupaciones fue llamado «nódulo patógeno». Así, si el complejo es una forma de organización de determinados elementos en torno a un centro afectivo en el sujeto, el arquetipo es una forma de organización de determinados elementos semánticamente relacionados de origen arcáico. De ahí que me permita plantear esta relación semántica entre un término de origen lacaniano y una palabra de origen hindú. Una vez salvada esta tortuosa justificación conceptual, volvamos sobre la cuestión de la maya y el Otro.

Escribí más arriba que el Otro tiene sus avatares. En el hinduísmo un avatar es la encarnación terrestre de una energía divina y entre sus representantes más famosos se encuentran Krishna o el jabalí Varaja. Pensar, pues, en una avatarización del Otro, es pensar en su encarnación en personajes dentro de la vida del sujeto. Siguiendo con este juego de términos podemos entender que entre los avatares más famosos del Otro en la vida del sujeto se encuentran la madre y el/la analista. ¿Cómo nos sería posible asociar al Otro con la maya en este sentido? Bien, hagamos un modesto intento de análisis estructural.

La madre es aquella que permite la inscripción del sujeto en el campo del Otro y permite la entrada del significante primordial que lo inaugura como sujeto del lenguaje: El Nombre-del-padre. ¿Cómo se relaciona esto con la maya? La maya tiene una doble significación: es tanto el tejido de la existencia, la ilusión del mundo, como el poder creador de este tejido. En ese aspecto es conocida como Maya-Shakti. La Shakti, como representación del poder creador de la energía divina, suele ser representada como la consorte del aspecto masculino del dios. Cumple con una función maternal de protección y aceptación de la naturaleza cambiante de la vida, una visión bella de esta realidad. 

Reforcemos este aspecto. En el mito del desfile de las hormigas, Indra, el rey de los dioses, se celebra en exceso por su victoria en la liberación de las aguas del mundo. Tras ser visitado por Shiva y Vishnú, provenientes de esferas más altas, quienes le muestran que no es muy distinto de una hormiga entre miles (vale decir tras serle revelada su falta, tras ser castrado), se decide por la vida ascética. Su consorte recurre entonces a Bhraspati, el dios de la sabiduría, para que le convenza de aceptar su vida como rey de los dioses.

Añadamos un aspecto más: la Devi-Maya-Shakti. Para que el sujeto se haga sujeto, es necesario que la madre permita la inscripción del sujeto en el Otro a través del significante del Nombre-del-padre que inaugura el lenguaje. La Devi es la Diosa, la feminización de la palabra Deva, que es el Dios. Recurramos al tercer culto (ya mencionamos el culto a Vishnú y a la Gran Diosa), el del dios Shiva. Como herramienta didáctica, emplearemos la escritura en sánscrito de la palabra Shiva [शिव]. Para que el Absoluto, Shiva, se manifieste en la existencia, valga decir para que el sujeto se inscriba en el Otro, el Dios necesita un poder creador, la manifestación de la maya. Para que esto sea posible Shiva necesita de la Maya-Shakti, de la Gran Diosa, la Diosa Madre. Sin este aspecto, el Dios es un cuerpo entendido como corpse, como cadáver, cuya palabra en sánscrito es shava [शव], de tal modo que el signo que modifica la sílaba sha (श, masculina) a shi (शि, femenina) es ि. Nótese que el círculo vacío en el modificador indica que a su vez requiere algo que modificar, el signo sin modificador deja un vacío. Si bien decía Lacan que el psicoanálisis perdería sentido en el momento en el que dejara de ser divertido, entonces ¿por qué no nos divertimos pensando que ese círculo vacío no es otra cosa que el objeto a, el vacío del Otro... el vacío de Dios?

Ahora bien, el otro avatar del Otro que señalé con anterioridad es el analista, a quien se dirigen las preguntas sobre la mujer, sobre el padre, y sobre Dios. Desde luego que el analista está muy lejos de ser Dios y será su falta, como la falta de la madre, la que colocará al sujeto en un enfrentamiento con su angustia, es decir, en posición de dar forma a la relación que mantiene con su falta, de asumir su deseo y, ¿por qué no?, su vida.

Hasta aquí lo que me permite esta reflexión, este navegar entre las sombras para esbozar algunos hilajes entre distintos tejidos del saber. Diré, pues, tomando esto como un intento de provocación, que pensar al Otro y a la maya como disntintas formas asociadas arquetípicamente nos ilumina otros tramos que bien pueden articular los saberes de desarrollos teóricos que quedaron divorciados hace ya mucho tiempo. Queda en lectores y lectrices la posibilidad de engrandecer la urdimbre o dejar de lado este trozo de tela y tejer su particular manera de hacer frente al psicoanálisis, que mantiene su vigencia por las preguntas que constantemente se le dirigen y su capacidad para enlazarse con diversos campos.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Farfullencias: sobre el palabrar

Camino por el mundo, lo recorro a través de los huecos de las cosas, de los que las cosas hacen en mí. Busco morar el más allá en un más acá que se desborda desde el centro de mi pecho. El pecho es una plaza y en la plaza hay un palabrar del que sólo soy la boca. Es la angustia de la nada, la angustia de la falta de la nada que me arranca de las apariencias. Transcurro el sendero de mi lengua y miro: el palabrar es un árbol de signos. Discurriendo el subterráneo curso multiverjo en su espesura.

A veces me detengo en una palabra, se reúne con otras y escucho su conversación, observo su disfraz de letras y me devoro con los ojos su emperifollaje de signos de puntuación. Son seres que deambulan por su bosque, que abisman las penurias hasta dejarse atravesar por lo innombrado. Árboles cuyas raíces son ramas de otros árboles; caótico arbolar de signos que persigue la gigantesca sombra sin cuerpo del origen. 

Es por el caos que la verdad se renuncia, que reniega su ilusoria posesión para desplegar en otra imposibilidad: la de entregarse a la Verdad. La verdad sostenida por el Otro, avatar del Ser. Otro que nos deja sin saber si hay un centro de la arboladura, al que se encuentra en el arrojo, por el simple gusto de entregarse al raizal que en su redil inscribe, por escurrir como hilos hechos de hilos y emerger como verdadera trama: el mundo y la vida.

Lenguaje caótico, lenguaje fortuito, lenguaje legal; lenguaje dinámico, canónico, cosmogónico. El lenguaje mole significante, materia que en la forma busca su naturaleza material, erotizada urgencia. En el acto de nombrar se da a luz a la palabra que busca su destino. Mares de palabras que hacen lenguaje, aguas que son así de aguas por la razón de su entramaje. Surge la palabra a la luz por ser brote del abismo.

¿Y cuál es el destino de la palabra?, ¿cuál si suponemos que la palabra tiene ser? La palabra quiere devenir ella misma. El amor es el deseo de entrega de la madre y el de ser recibida por el hijo, el deseo del padre es su simiente; se conforma una imagen del amor: un entramado de faltas que nos enredan en su nada. La palabra que se ama y se elige, la que no dice nada. Las palabras buscan a la Razón y le preguntan su sentido. Hallan su naturaleza. Nombrar es un acto de amor y la palabra que se pasea por el pensamiento es la palabra que se quiere a sí misma, aún soñando en su palabrimorfo tiempo mítico; se quiere es decir que busca conquistarse; la palabra quiere ser deseada por el poeta para darse una existencia plena. La inspiración es la madre y la razón el padre: el poeta encarnación de ambos, tan carne como falta que imprime su falta. La palabra en falta: la palabra indigente no posee su esencia, su esencia es otra, quizás oculta en su forma. 

La palabra que se ama se urge a sí misma, el poeta es el instrumento para su satisfacción. La palabra, componente del lenguaje, unidad de significado; plurilabrería, nacisión, coopulación, coexistencia de tejidos significantes, enredadura de raíces hundidas en la terrazón silábica, palabrecimiento. 

El  lenguaje busca su propia transgresión, busca devorarse como la famosa serpiente, nulificarse a través de su propio despliegue; cuando no construye edificios su aspiración es nombrar el silencio, buscar el más silencio entre todos los rugidos de enredadera. Y para ello requiere darse a luz. La poesía es un imposible y sin embargo existe. Las ciencias buscan lo imposible. La palabra parece no querer nada más que sus propias leyes: no las convenciones del lenguaje, sino los efectos de su estallido, el ordenado caos de su escritura, discordante coordinación de singularidades que se enhebran hasta conformar un tejido presente, espontáneo acto de dichura que culmina siempre que se reconfigura en su particularidad de representación para quien despliega su propio universo al recorrer la letra. 

Expresura, prolongación, destino del tajazo sobre la nada del espacio. Ninguna novedad, pero siempre singularidad que no se desnuda: misterio, enigma, deseo, ¡la vida del lenguaje que en su testaruda negación se afirma! Permitir el hilvanaje, dejar que la lengua se derrame como el rescoldo de un néctar fugitivo, cauce gozoso para el espasmo indeterminado que pende de los labios, anhelo de un devenir como siendo, rebosante de sí: desbordamiento, alumbramiento, amplificación, grito de la mismidad desde su yoico tránsito. La eternalidad, negada casa de la razón; pródiga razón, herrumbrosa estructura de la negación de la nada.

Un día en que la palabra busca salir de su silencio y se encuentra con un alma dispuesta a expresarla, ella se regocija en sí misma retirando una veladura de su mutable intimidad. La palabra se redescubre con una nueva corporeidad, retoña en ella una plástica del pensamiento.