miércoles, 27 de julio de 2016

El Psicoanalista Enfermo



Se trata de pensar que pasa con el cuerpo del analista, con lo no simbolizado en la transferencia del paciente.  

El trabajo en análisis puede llegar a ser tóxico,  y entonces cabe la pregunta sobre los efectos de lo no simbolizado en la sesión, y lo que termina pagando el analista con el cuerpo.  

Habría que tomarse en serio la analogía freudiana sobre el laboratorio pulsional. 

“El psicoanalista sabe que trabaja con las fuerzas más explosivas y que debe operar con la misma precaución y la misma conciencia que el químico […] Pero ¿Cuándo se ha prohibido a un químico ocuparse de sustancias explosivas indispensables a causa de su carácter peligroso?”. 

Entonces el psicoanálisis –como dice Assoun – no es ni más ni menos peligroso que su prima la química, una manipula sustancias, otro pulsiones.

El analista también paga: 


“Digamos que en el depósito de fondos de la empresa en común, el paciente no es el único con sus dificultades que pone toda la cuota. El analista también debe pagar.
-              Paga con palabras sin duda, si la trasmutación que sufre por la operación analítica las eleva a su efecto de interpretación.
-              Pero también paga con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la trasferencia”   

Pensamos en una tercera, paga con el cuerpo cuando no se simboliza y el sostén de su persona queda intoxicado. 

De esta manera articulamos la noción del pago del analista que se ha intoxicado con lo psicosomático. 

Entendemos lo psicosomático como los fenómenos patológicos orgánicos o funcionales cuando su desencadenamiento y evolución son comprendidos como la respuesta del cuerpo viviente a una situación simbólica, crítica, pero que no  ha sido tratada como tal por el inconsciente del sujeto, lo que los distingue de los síntomas conversivos histéricos, que son, por su parte formaciones del inconsciente. No, lo psicosomático no es una formación del inconsciente “Si algo sugieren las reacciones psicosomáticas como tales, es que están fuera del registro de las construcciones neuróticas” 

Pensemos – como propone Leonardo Peskin-  que alguien no parece tener problemas, no hizo ninguna cosa rara, pero de golpe se produce una reacción de aniversario, de esas que decía Lacan, y estaría cronológicamente pautado en la estructura, como un reloj que marca un tiempo, que a la edad, tal día, a tal hora va a pasar algo.

Lo psicosomático no es tramitable por lo simbólico y en ese caso la interpretación pierde su eficacia. No está involucrado el significante, no hay algo que se pueda interpretar o remitir a la historia. 

Anzieu se atreve a ver en Freud a ese psicoanalista psicosomático:


"Cuando la elaboración psíquica de un proceso inconsciente arcaico no le resulta factible a un sujeto, se puede recurrir a alguna solución bioquímica (droga, tabaco, bebida). El autoanálisis de Freud, no será nada más que una elaboración mental de la angustia depresiva. La de persecución reclamó en él una solución del segundo tipo, bioquímica."


Angustia de persecución en Freud pues su infancia está marcada por dos muertes la de abuelo paterno, cuyo nombre lleva (Schlomo), y la de Julius el hermanito odiado fallecido a los seis meses. 

Es por esa razón que consideramos que escuchar no es un asunto "pasivo" o "fácil". Y  el analista solo tiene su propio análisis y su supervisión para poder elaborar aquello que acontece en su diván.

domingo, 24 de julio de 2016

El tesoro de la mujer.

Se ha puesto en cuestión de muchas maneras la diferencia entre “ser hombre” y “ser mujer” y sin duda hay una clara diferenciación, es bien sabido,  que más allá de la diferencia de los sexos, esta tiene que ver con dos posicionamientos psíquicos distintos; lo masculino y lo femenino.
Sin duda, esta diferenciación entre posicionamientos psíquicos, nos incita a visualizar y discernir aspectos transcendentales entre uno y otro, tal como lo es la sexualidad femenina.

Tanto hombre como mujer, saben que fuera de la sublimación de su sexualidad, hay una floración, una brillantez tan refinada de sí mismos, que se podría decir, encuentran la raíz de su existir en el acto amoroso.
En el caso de la mujer, esta se ha visto obligada a sublimar sus deseos, sus pulsiones más íntimas, ya sea por una influencia externa o incluso por un temor a lo desconocido de sí misma, a pesar de esto, ella es consciente de que la forma de vivir su sexualidad es totalmente diferente a la de los hombres.
Y empezamos por su  forma física, siempre cerrada, siempre en espera de ese alguien o ese algo que llegue a abrir, que llegue a descubrir y conquistar la parte más prodigada de su ser, la parte más suya.
En la experiencia corpórea femenina, no se logra identificar un punto exacto que destape, que irrumpa, que explote tan claramente como en el caso del organismo masculino, en la mujer se vive un animación del todo y de todo.
Es el cuerpo femenino un receptor de variaciones necesarias para poder alcanzar la conexión física, psíquica e incluso emocional en sí misma, a diferencia del varón, cuya satisfacción en ocasiones tiende a ser tosca, desvinculada en ocasiones y con un específico fin.
A lo largo de la literatura, de las leyendas, de las hembras devoradoras, de las mujeres terroríficas, se nota un anhelo femenino de relaciones siempre más íntimas, más intensas en todas sus pasiones, es esto lo que le da al erotismo femenino una profunda belleza.
Y es que la mujer puede vivir su sexualidad de una manera independiente, autónoma, en ella misma, es para ella su tesoro más preciado, protegido por candados irrompibles, sepultado en los más profundos sótanos, el tesoro más adornado, cubierto por miles de colores, de formas de olores.
Sucede que al vivirse ella como sujeto de deseo en sí misma, descubre cada vez algo novedoso, una oportunidad de reinventar, de reinventarse, de encontrar algo nuevo para su vida, para su existencia, un nuevo sentido, y esto implica iniciarse cada vez desde su infantil forma y desde su más desnuda ingenuidad.
La mujer vinculada totalmente al ser y el hacer, como lo es en el caso de la maternidad, esta se vive como es, como su naturaleza lo decidió, con  la posibilidad de crear, de ser preñada, de unificarse y ser un círculo cerrado, una forma redonda.
Este sentir, también puede ser experimentado por el hombre, si visualizamos al hombre-artista, y es entonces cuando hay que hablar de una especie de embarazo espiritual en este hombre, ya que su acto creador lo despoja de su conciencia tan acentuada, de su aspecto activo masculino, y lo mantiene unido, compenetrado, hecho uno con su creación, como en el caso de la mujer.
Es por eso que no extraña que el artista parece ser falto de cierta masculinidad, lo cual es sin duda motivo de reproche en la sociedad occidental, suele ser por lo mismo sensible, influenciable, menos dueños de sus estados de ánimo.
Este aspecto de similitud entre uno y otro, deja desnudo el sentimiento creador, la sexualidad de la mujer tan suya y la maternidad incluso, puede equipararse con la obra del artista, del intelectual, así, ambos instalados en el acto creador, recordando que creación es aquello que da lugar al ser por medio del hacer.

Regresando a la vivencia del erotismo, es pertinente imaginar el musculoso hombre, rígido, erecto, listo para dar, para pasar por el trance, sin miedo a desfigurarse a perder su peculiar belleza, y vemos a la mujer, con sus curvas suaves, desnuda, inclinada y aceptando la entrega de si para sí, a fin de que su belleza se realice en algo bello.
Como conclusión, y a manera de cierre de este emocionante intento por conocer la sexualidad femenina, es la mujer quien tiene más para dar, recordando que se vive como autónoma, en sí misma, que no se entrega por pobreza, si no por una plenitud.
Y es que si la mujer se arrodilla, se inclina se desdobla ante el hombre, es para confirmar su creativa humildad, su entrega no solo a él si no a ella misma, para mostrar su ansia de ser tocada explorada y de inundarse ella misma de sus manantiales (quizá de esta vivencia parte la premisa hecho no por pocos intelectuales, donde se habla del amor de la mujer como un amor narcisista).
Siendo esto un pequeño bosquejo de la sexualidad femenina, se abren algunas preguntas; ¿Por qué la mujer se sigue posicionando en lugar de carencia erótica?, ¿Por qué se vive como objeto de satisfacción del otro?, ¿Por qué se experimenta en muchos casos cómo sujeto asexuado, obligada a sublimar una y otra este colorido vivir sexual?



sábado, 16 de julio de 2016

Sobre el incómodo silencio


Se abre el silencio como un espacio para el despliegue de las formas. Allí, yacientes en la materia de la blancura, de la abismal blancura del silencio que ofrece el analista, los gérmenes de la palabra se estremecen. Algunas veces vacilan y tiemblan; otras surgen como monstruos de la tierra, como sombras inauditas, esas palabras inmensas que amenazan con abarcar todo el decir del analizante.

Más de una vez se ha escuchado en los consultorios algo como "tengo ansiedad", y pareciera que esa palabra, presumiblemente autorizada por los psicólogos, dice algo, alivia, etiqueta, define. Se pide algo para curar esa sensación, para desaparecer ese síntoma de la manera más rápida posible. Se recurre entonces a las técnicas de relajación, a la canalización de esa energía sobrante hacia actividades constructivas. Eso en algunos casos. En otros, es preferible entregarse al entretenimiento gocero, ese que no requiere esfuerzo desalienante. 

Entonces se comprende por qué se tiende más a generar deuda en la adquisición de gadgets que a pagar una sesión con el analista. El catálogo de instrumentos diseñados para el entretenimiento, palpables o virtuales, crece día con día. No pretendo acá una crítica dirigida a estos instrumentos, inabarcable en sus especificidades, ni mucho menos una satanización por lo demás estúpida desde que comparto esta reflexión por este medio. No. Acá el tema es el silencio.

Hay, en efecto, algo en ese no hacer, en esa ausencia del ruido instrumental que provoca ansiedad, que recorre el cuerpo como desagradable relámpago de quién sabe qué tormenta de la que nada se quiere saber. Ansiedad, miedo, angustia. Algo que incomoda, algo de lo que es mejor distraerse y que, sin embargo, hay que sostener en un no preguntarse. En casos excepcionales, habrá quien recurra a la meditación, cuando no se rechaza precisamente por el silencio mental que exige a sus practicantes. 

Preferible, sí, el diagnóstico del catálogo de enfermedades estadísticas sin la pregunta por la etiología. Sí, preferible el nombre importado del discurso del saber (supuesto) que se coloca en el lugar del saber a secas. Y, sobre todo, preferible la pastilla verbal del Otro al cuestionamiento dirigido a la historia y su compulsivo y repetitivo acontecer.

Ansiedad, miedo, angustia. Sí: respuestas, afirmaciones, antes que preguntas. Mas, ¿no siente ansiedad el pintor ante el lienzo en blanco?, ¿no experimenta miedo el escritor al contemplar la hoja?, ¿no es la angustia lo que se vive ante el abismo de la posibilidad de crear?, ¿será el incómodo silencio aquello que enfrenta el analizante en el umbral de la palabra?