Se ha puesto en cuestión de muchas maneras la diferencia entre
“ser hombre” y “ser mujer” y sin duda hay una clara diferenciación, es bien
sabido, que más allá de la diferencia de
los sexos, esta tiene que ver con dos posicionamientos psíquicos distintos; lo
masculino y lo femenino.
Sin duda, esta diferenciación entre posicionamientos psíquicos,
nos incita a visualizar y discernir aspectos transcendentales entre uno y otro,
tal como lo es la sexualidad femenina.
Tanto hombre como mujer, saben que fuera de la sublimación
de su sexualidad, hay una floración, una brillantez tan refinada de sí mismos,
que se podría decir, encuentran la raíz de su existir en el acto amoroso.
En el caso de la mujer, esta se ha visto obligada a sublimar
sus deseos, sus pulsiones más íntimas, ya sea por una influencia externa o
incluso por un temor a lo desconocido de sí misma, a pesar de esto, ella es
consciente de que la forma de vivir su sexualidad es totalmente diferente a la
de los hombres.
Y empezamos por su forma física, siempre cerrada, siempre en
espera de ese alguien o ese algo que llegue a abrir, que llegue a descubrir y
conquistar la parte más prodigada de su ser, la parte más suya.
En la experiencia corpórea femenina, no se logra identificar
un punto exacto que destape, que irrumpa, que explote tan claramente como en el
caso del organismo masculino, en la mujer se vive un animación del todo y de
todo.
Es el cuerpo femenino un receptor de variaciones necesarias
para poder alcanzar la conexión física, psíquica e incluso emocional en sí
misma, a diferencia del varón, cuya satisfacción en ocasiones tiende a ser
tosca, desvinculada en ocasiones y con un específico fin.
A lo largo de la literatura, de las leyendas, de las hembras
devoradoras, de las mujeres terroríficas, se nota un anhelo femenino de
relaciones siempre más íntimas, más intensas en todas sus pasiones, es esto lo
que le da al erotismo femenino una profunda belleza.
Y es que la mujer puede vivir su sexualidad de una manera
independiente, autónoma, en ella misma, es para ella su tesoro más preciado,
protegido por candados irrompibles, sepultado en los más profundos sótanos, el
tesoro más adornado, cubierto por miles de colores, de formas de olores.
Sucede que al vivirse ella como sujeto de deseo en sí misma,
descubre cada vez algo novedoso, una oportunidad de reinventar, de reinventarse,
de encontrar algo nuevo para su vida, para su existencia, un nuevo sentido, y
esto implica iniciarse cada vez desde su infantil forma y desde su más desnuda
ingenuidad.
La mujer vinculada totalmente al ser y el hacer, como lo es
en el caso de la maternidad, esta se vive como es, como su naturaleza lo
decidió, con la posibilidad de crear, de
ser preñada, de unificarse y ser un círculo cerrado, una forma redonda.
Este sentir, también puede ser experimentado por el hombre,
si visualizamos al hombre-artista, y es entonces cuando hay que hablar de una
especie de embarazo espiritual en este hombre, ya que su acto creador lo
despoja de su conciencia tan acentuada, de su aspecto activo masculino, y lo
mantiene unido, compenetrado, hecho uno con su creación, como en el caso de la
mujer.
Es por eso que no extraña que el artista parece ser falto de
cierta masculinidad, lo cual es sin duda motivo de reproche en la sociedad
occidental, suele ser por lo mismo sensible, influenciable, menos dueños de sus
estados de ánimo.
Este aspecto de similitud entre uno y otro, deja desnudo el sentimiento
creador, la sexualidad de la mujer tan suya y la maternidad incluso, puede
equipararse con la obra del artista, del intelectual, así, ambos instalados en
el acto creador, recordando que creación es aquello que da lugar al ser por
medio del hacer.
Regresando a la vivencia del erotismo, es pertinente imaginar
el musculoso hombre, rígido, erecto, listo para dar, para pasar por el trance,
sin miedo a desfigurarse a perder su peculiar belleza, y vemos a la mujer, con sus
curvas suaves, desnuda, inclinada y aceptando la entrega de si para sí, a fin
de que su belleza se realice en algo bello.
Como conclusión, y a manera de cierre de este emocionante
intento por conocer la sexualidad femenina, es la mujer quien tiene más para
dar, recordando que se vive como autónoma, en sí misma, que no se entrega por
pobreza, si no por una plenitud.
Y es que si la mujer se arrodilla, se inclina se desdobla ante
el hombre, es para confirmar su creativa humildad, su entrega no solo a él si
no a ella misma, para mostrar su ansia de ser tocada explorada y de inundarse
ella misma de sus manantiales (quizá de esta vivencia parte la premisa hecho no
por pocos intelectuales, donde se habla del amor de la mujer como un amor narcisista).
Siendo esto un pequeño bosquejo de la sexualidad femenina,
se abren algunas preguntas; ¿Por qué la mujer se sigue posicionando en lugar de
carencia erótica?, ¿Por qué se vive como objeto de satisfacción del otro?, ¿Por
qué se experimenta en muchos casos cómo sujeto asexuado, obligada a sublimar una
y otra este colorido vivir sexual?
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