sábado, 21 de marzo de 2015

Los silencios móviles

Del silencio a la palabra: paralelos, como breves destellos de nosotros; aparecen nombres estirados como cuerdas infinitas: caminos que se bifurcan y multifurcan, trazos a letra destinados, listos para ser devorados por un ojo silencioso que los ha destinado.

Toda palabra que busca un decir originario se desborda de sí misma, nombra lo que falta y lo toca.

Foto: Arno Rafael Minkkinen
El silencio es un agua que reposa, es noche que refleja nuestro pensamiento y lo devuelve amplificado; de una tranquilidad tan frágil que con cualquier rumor se turba, la superficie del silencio nos devuelve una imagen en movimiento, una instantánea del sujeto que en la no-palabra se pregunta por lo que ha de ser dicho.

Es allí donde aparece el pensamiento;
bien estructurado
        (o sea estructurado para transmitir sus propias leyes
                 y estirarse hasta con-
                 vertirse en un instante.)
Pensamiento:

¿En qué espacios, en qué noches, en qué baños de sol podrá refrescarse una palabra estancada! El silencio, como una semilla, necesita una tierra que lo acoja y nutra para que haya un primer brote de sus palabras florescientes.

Como partículas, las palabras interactúan, intercambian cargas, se imprimen fuerzas, se expresan en órdenes ondulatorios. Las más densas palabras son capaces de provocar dramáticas curvaturas en nuestro tiempo y nuestro espacio.

Del silencio a la palabra no es un discurso psicoanalítico, sino la pluralidad de discursos inspirados así en el psicoanálisis como en la poesía, la filosofía, la música, la pintura, el teatro, la astronomía, la narrativa, la gente, la vida; ¡en lo que se quiera!, en tanto el discurso se renueve y no se quede empantanado en la rigurosidad teórica.

Palabras que evocan, palabras que se imaginan cuando nos recorren como cargas que movilizan. Cuando de lo real no captamos sino una imagen de lo real, la imagen no puede ser prisión, sino movimiento.

Con este silencio convivimos todos los días, pero no hemos sabido escucharlo. Es que el silencio coexiste con el decir enajenante, con el discurso masticado y vuelto a decir en una rumiadera desbocada. El poder de los discursos publicitarios, la expresión al servicio del capital, políticas de poética sin sabor y ley de menor esfuerzo en el pensamiento, son ejemplos claros. Nos encontraremos siempre con diques, con canales que orientan nuestras palabras por derroteros demasiado esperados, alienados.

Vivimos en un tiempo en el que los silencios quietos, petrificados, son la mejor arma del amo: del de allá afuera, el que dicta leyes, el que secuestra los discursos y maneja los hilos; del de acá adentro, el de las corduras endiosadas que amarran el decir pleno, el señor del miedo y la apatía; del que hace de todos un ustedes y un nosotros, afuera y adentro, arriba y abajo.

Transitar del silencio a la palabra es ruptura, irrupción de lo que tanto busca ser dicho, súbito arrojo de los hilos y ramajes del discurso.

Del silencio a la palabra busca ofrecer tierra fecunda para la movilización de los silencios. Hay que romper el huevo primigenio, irrumpir en la realidad con nuevas formas de decir.

En los primeros balbuceos del infante, en esas primeras urgencias de expresión, hay un aliento que aviva las llamas del mundo. La voz es nuestro aire vivificante, la amplitud  de nuestro espacio, la posibilidad de decir algo. 

La luz es alimento, fuego, visión; no vemos en el mundo sino el reflejo de la luz en los cuerpos. Sacar la palabra a la luz de una imagen que aun en la virtualidad de una pantalla se desborda de lo continente, ese es nuestro propósito.

Del silencio a la palabra que no es vehículo de la imposición de un saber, sino palabra que se busca nutricia y diciente. Palabroseo de la letra danzante y letroso palabrero de la danza discursiva. Silencio que se dilata hasta su brote palabrizo.

Es por eso que tomamos el riesgo de decir e invitamos a esos otros a formar un nosotros, a leer y formular también su manera de decir en este espacio que es de todos. Y si están en la búsqueda, buscar juntos; y si ya encontraron, maestrar dialogantes.

Del silencio callado al silencio meditabundo, y de la meditación del mundo al decir florecido. Palabras flores del jardín de los discursos, jardines distintos en los que la diferencia permite el intercambio. Palabra-riesgo de ser dicha que al estremecimiento de un viento bravo esparce sus decires...

Porque no hay vida sino al otro lado del riesgo; porque el fruto de la visión no madura sino en su dichura. Hagamos que el silencio se agite.

Hagamos discurso; hagamos-lo distinto.

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