domingo, 22 de marzo de 2015

Tenemos que hablar de Kevin (Comentario de la película)

“A veces la fiesta se convierte en Misa Negra” Octavio Paz. El laberinto de la soledad.

El presente texto fue inspirado por la pregunta formulada en la mirada de Kevin. Mirada a la expectativa, en espera, mirada muda, muerta, detenida en un silencio siniestro. ¿Pero que espera esa mirada? Digámoslo desde ahora corriendo el riesgo de no ser claros. Lo que espera es un deseo, un deseo que lo capturo, que no le pertenece, es de otro, de su madre, un deseo de violencia  y de muerte. Kevin fue llamado por la violencia sagrada. Si cristo murió para el perdón de nuestros pecados, Kevin fue concebido para cumplirlos. Dicho lo anterior quizá no sea tan muda la mirada, quizá si dice algo: ¿Es esto… es esto  lo que quieres mamá?



Pero vayamos más despacio para justificar lo dicho. Siempre he pensado que la primera escena debe estar realizada por imágenes sobreterminadas, es decir,  en los primeros 10 segundos de la película se debe decir casi todo, o al menos lo que puede ser dicho. Por supuesto que  al igual que en el sueño esto sucede de manera encriptada. Y la primera escena es una ventana  acompañada  por unos gritos de  una mujer. Al principio los gritos parecen producto de una violencia, después se escuchan gemidos (muy parecidos a los del placer) y por ultimo un grito de muerte y de vida, un grito de parto.  Desde aquí se anuncia la primera paradoja, la sexualidad y la muerte van juntas, no como opuestos sino en comunión. Podría parecer una contradicción si pensamos a la sexualidad como orientada hacia la creación y la muerte hacia la destrucción. Pero no hay contradicción, hay paradoja. La sexualidad y la muerte se dirigen hacia un mismo punto, o  mejor dicho hacia una misma nada,  la continuidad del ser.

George Bataille  (1997) nos describe mejor este movimiento del espíritu, cuando nos menciona que el erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. Bataille nos dice que somos seres discontinuos en busca de la continuidad del ser, un sentimiento oceánico dirá Freud, donde el yo y el otro se disuelven y no existen ni uno ni otro, a esa búsqueda, a esos movimientos, es lo que Bataille llama erotismo. Siempre y cuando no se ceda  a esa entrega total también llamada muerte. El sujeto se detiene, duda, titubea, balbucea y regresa a la discontinuidad. Este filósofo francés menciona tres tipos de erotismos el erotismo de los corazones, de los cuerpos y  el sagrado. Algo particular de este erotismo es que conlleva una carga de violencia, destrucción necesaria para romper las barreras del yo y entregarse a una experiencia mística.

En el laberinto de la soledad Octavio paz nos dice (retomando a sociólogos franceses) que en la fiesta se levantan las prohibiciones y la masa se entrega a un desperdicio de producción que va en contra de todas la leyes de convivencia. Y nosotros siguiendo a Bataille podemos decir que en la fiesta se llega también a ese erotismo, a esa fusión de los cuerpos a ese exceso violento que nos hace experimentar la continuidad. Algunas culturas practicaban el sacrificio como experiencia mística, pues en el sacrificio también se encuentra esa continuidad del ser. Bataille nos dice al respecto “En el sacrificio no solo hay desnudamiento, sino que además se da muerte a la víctima (y, si el objeto del sacrificio, no es un ser vivo, de alguna manera se lo destruye). La victima muere, y entonces los asistentes participan de un elemento que esa muerte les revela .Este elemento podemos llamarlo, con los historiadores de las religiones, lo sagrado” (Bataille, 1997)

Entonces tanto la puta como la santa pueden llegar a esa experiencia de exceso de violencia sagrada, una por la vía de la voluptuosidad carnal y otra por el rito, por la religión al sentirse invadida, destruida por un Ser divino. Basta ver la escultura de Bernini “La transverberación de santa Teresa” para ver esa expresión de goce celestial.  Y en la película que estamos comentando lo vemos en la cara de la madre de Kevin , cuando se encuentra en la fiesta de la tomantina; Vemos su rostro que ha quedado inundado de una experiencia mística,  rodeada de cuerpos semidesnudos que danzan , nudos de carne amorfa  en constante movimiento, llenos de tomate , de rojo , de violencia. Todo da un aspecto de orgia y asesinato. Y ella, se entrega a la destrucción y cómo Cristo baja de la cruz ensangrentada, mientras manos sin cuerpos la sostienen aunque parece innecesario pues su presencia se ha vuelto etérea. Y en medio de la fiesta, de la destrucción, ecos del futuro anuncian la segunda destrucción, solo que esta vez no es simbólica. Es la violencia encargada en el hijo de esa mujer que ha se ha disuelto en la continuidad del ser, esta segunda destrucción repito no es simbólica es llevada al acto.

  Kevin advierte que es llamado por y para esa violencia ¿Es esto lo quieres mamá? ¿Quieres que exprese esa violencia, tu violencia que te aterra, que te asusta pues tienes miedo a entregarte totalmente a ella? Mírame mamá yo soy tu violencia. Siento esa violencia desde que fui concebido, nunca la calmaste cuando era bebé, esta violencia me está devorando, me come por dentro, pides de mi destrucción, pides de mi muerte.  

Kevin es agredido por su madre de manera implícita, poniéndolo frente a ruidos estruendosos, diciéndole lo infeliz que la hace, y cuando muestra esa agresión sin la máscara de madre buena y lo avienta  le rompe el brazo. Kevin no la acusa al contrario la defiende en parte para tomar poder pero también porque sabe que ha cumplido con el deseo de la madre, expresar esa violencia. Años después Kevin le dice: “fue el único gesto sincero que tuviste”.


La película se cierra, como un circulo , empieza con la madre-cristo que es objeto de toda la destrucción para terminar con Kevin anti-cristo sujeto de la violencia. Del masoquismo al Sadismo. El rojo hace presencia en toda la película, como trazo, huella mnémica, eco de la violencia sagrada que capturo a Kevin.  



Bibliografía:                                                                             
George Bataille (1997) El erotismo. Tusquets. México.
Octavio Paz. (2000) El laberinto de la Soledad. FCE. México.

sábado, 21 de marzo de 2015

Colección de sueños



¡Qué privilegio el soñar! Qué gran oportunidad para conocer, crear, colorear realidades otras, ajenas a los ojos y los actos “humanos”. Qué privilegio saber la posibilidad de una doble existencia en el mundo, en los mundos, en el mundo de los mundos


Es el acto de soñar un acto poético de creación, acto que anula la razón, que borra los límites, las prohibiciones; el cuerpo nos deja de pertenecer —si es que nos pertenece—, los ojos se multiplican, las miradas se difuminan y las formas se transforman; las verdades se revelan, el agua abunda.


Realidades dentro de realidades. Es el sueño ese viaje, ese regreso a lo desconocido, a lo reconocido: viaje sin tiempo y sin espacio; sin tiempo “límite” ni espacio para dudas. Un viaje a los viajes más remotos, remontados una y otra vez.
Qué afortunados mujeres y hombres que sueñan, qué fortuna encontrar esa entrada y escapatoria, el lugar acausal, ese lugar construido una y otra vez. Escenario que nunca cierra su telón, que no tiene que “ser”, que no tiene “deber”. Lugar y momento, allí no se tiene ni se da, sólo está ahí, sólo existe. Sus únicas huellas son recuerdos vagos, colores, voces; ¡gozosos esos otros cuerpos y esos otros ojos nuestros y de otros que en el sueño se dicen!














Imagen: Jacek Yerka







Los sueños, la realidad no sujeta a leyes, a normalidades, donde no existe la prohibición. Lugar y momento donde los deseos y las ansias danzan, celebran su existencia, se burla de la razón, de las posturas, de aquello aprendido —no siempre por propio deseo— como saludable, como normal. Los sueños que festejan, que se empapan, se tejen y se deshilan.


Quizás habría que darle lugar, habría que rescatarlos, cual si fueran viejos objetos de épocas y tiempos remotos; buscar en ellos, dejar de temerles, de ignorarles, de guardarles.


Este espacio, toma la forma de una apuesta otra, una apuesta a compartir, a desnudar, a reconocernos en nuestros sueños, a enfrentarnos y enamorarnos de ellos, de ello, de eso; eso que no se nombra, que no se sabe, que no mide, y que se escapa a la razón…


¡Deleitémonos con lo poquito que se nos permite ver!




Los silencios móviles

Del silencio a la palabra: paralelos, como breves destellos de nosotros; aparecen nombres estirados como cuerdas infinitas: caminos que se bifurcan y multifurcan, trazos a letra destinados, listos para ser devorados por un ojo silencioso que los ha destinado.

Toda palabra que busca un decir originario se desborda de sí misma, nombra lo que falta y lo toca.

Foto: Arno Rafael Minkkinen
El silencio es un agua que reposa, es noche que refleja nuestro pensamiento y lo devuelve amplificado; de una tranquilidad tan frágil que con cualquier rumor se turba, la superficie del silencio nos devuelve una imagen en movimiento, una instantánea del sujeto que en la no-palabra se pregunta por lo que ha de ser dicho.

Es allí donde aparece el pensamiento;
bien estructurado
        (o sea estructurado para transmitir sus propias leyes
                 y estirarse hasta con-
                 vertirse en un instante.)
Pensamiento:

¿En qué espacios, en qué noches, en qué baños de sol podrá refrescarse una palabra estancada! El silencio, como una semilla, necesita una tierra que lo acoja y nutra para que haya un primer brote de sus palabras florescientes.

Como partículas, las palabras interactúan, intercambian cargas, se imprimen fuerzas, se expresan en órdenes ondulatorios. Las más densas palabras son capaces de provocar dramáticas curvaturas en nuestro tiempo y nuestro espacio.

Del silencio a la palabra no es un discurso psicoanalítico, sino la pluralidad de discursos inspirados así en el psicoanálisis como en la poesía, la filosofía, la música, la pintura, el teatro, la astronomía, la narrativa, la gente, la vida; ¡en lo que se quiera!, en tanto el discurso se renueve y no se quede empantanado en la rigurosidad teórica.

Palabras que evocan, palabras que se imaginan cuando nos recorren como cargas que movilizan. Cuando de lo real no captamos sino una imagen de lo real, la imagen no puede ser prisión, sino movimiento.

Con este silencio convivimos todos los días, pero no hemos sabido escucharlo. Es que el silencio coexiste con el decir enajenante, con el discurso masticado y vuelto a decir en una rumiadera desbocada. El poder de los discursos publicitarios, la expresión al servicio del capital, políticas de poética sin sabor y ley de menor esfuerzo en el pensamiento, son ejemplos claros. Nos encontraremos siempre con diques, con canales que orientan nuestras palabras por derroteros demasiado esperados, alienados.

Vivimos en un tiempo en el que los silencios quietos, petrificados, son la mejor arma del amo: del de allá afuera, el que dicta leyes, el que secuestra los discursos y maneja los hilos; del de acá adentro, el de las corduras endiosadas que amarran el decir pleno, el señor del miedo y la apatía; del que hace de todos un ustedes y un nosotros, afuera y adentro, arriba y abajo.

Transitar del silencio a la palabra es ruptura, irrupción de lo que tanto busca ser dicho, súbito arrojo de los hilos y ramajes del discurso.

Del silencio a la palabra busca ofrecer tierra fecunda para la movilización de los silencios. Hay que romper el huevo primigenio, irrumpir en la realidad con nuevas formas de decir.

En los primeros balbuceos del infante, en esas primeras urgencias de expresión, hay un aliento que aviva las llamas del mundo. La voz es nuestro aire vivificante, la amplitud  de nuestro espacio, la posibilidad de decir algo. 

La luz es alimento, fuego, visión; no vemos en el mundo sino el reflejo de la luz en los cuerpos. Sacar la palabra a la luz de una imagen que aun en la virtualidad de una pantalla se desborda de lo continente, ese es nuestro propósito.

Del silencio a la palabra que no es vehículo de la imposición de un saber, sino palabra que se busca nutricia y diciente. Palabroseo de la letra danzante y letroso palabrero de la danza discursiva. Silencio que se dilata hasta su brote palabrizo.

Es por eso que tomamos el riesgo de decir e invitamos a esos otros a formar un nosotros, a leer y formular también su manera de decir en este espacio que es de todos. Y si están en la búsqueda, buscar juntos; y si ya encontraron, maestrar dialogantes.

Del silencio callado al silencio meditabundo, y de la meditación del mundo al decir florecido. Palabras flores del jardín de los discursos, jardines distintos en los que la diferencia permite el intercambio. Palabra-riesgo de ser dicha que al estremecimiento de un viento bravo esparce sus decires...

Porque no hay vida sino al otro lado del riesgo; porque el fruto de la visión no madura sino en su dichura. Hagamos que el silencio se agite.

Hagamos discurso; hagamos-lo distinto.