Me llena de intriga saber: ¿de qué libertad hablamos?, ¿qué
tan libres somos en realidad?, ¿quién
nos enseñó a mencionar esa palabra con tanta soltura?
Hoy, en medio de un puente laboral, en medio de las calles llenas de basuras-marcas
de la pólvora reventada durante la noche, esperando el transporte por más de
media hora para que me lleve a mi destino,
pensé en la conmoción que como sujetos experimentamos
actualmente.
Pareciera que dicha con-moción nos ha llevado un estado de
transformación de las costumbres, de las creencias, de los afectos, de las
palabras, de los valores…
¿De qué libertad hablamos? Qué celebramos el día de ayer,
por qué nos dis-ponemos a festejar de la manera que lo hacemos, ¿Qué festejamos?
¿En verdad nos podemos jactar de una libertad? Yo creo que
no.
Cómo hablar de que somos libres cuando vivimos en un momento
de consumo masificado, en un momento
donde ya no hay una esfera de lo privado, ya todo es público; las redes
sociales, la tecnología, nos han a-cercado y nos han distanciado, por
abismos, de nosotros mismos.
Lo público reina, lo privado es el error, es la traición, es
la diferencia, diferencia que nuestra supuesta libertad no tolera.
Y es que pareciera que el mundo entero está en un momento de
despersonalización, basada en la estimulación de los deseos sexuales, la
estimulación y creación de necesidades, la exaltación de las culturas, de los
valores y por supuesto un ácido y frívolo sentido del humor.
La indiferencia masificada también, como el consumo, nos
hace pensar en un crecimiento ficticio, un movimiento superficial del sujeto,
un sujeto que ya no considera el futuro: no hay ilusiones, ni planes, somos
sujetos del aquí y el ahora.
En cuestión a los dioses, a los tributos, a las creencias,
sin duda jugaban o juegan un papel funda-mental, pero ya no más, hay un hueco,
un gran hueco que nos impide temer o agradecer, pensar en un cielo o en un
infierno, en la salvación o el apocalipsis.
Al escuchar el grito de ese político, que está consumiéndose
nuestro ya empobrecido país, al observar
las muchas personas que aguantan, que creen, que están, me preguntaba ¿qué ha pasado con nuestros
puntos de referencia?
En el sentido psíquico, emocional y hasta social, ¿qué ha
pasado con nuestros referentes?, con esos sentidos vitales que se construyeron
durante guerras, muertes, historias, qué hay de los valores universales, humanos, superiores.
El proceso de despersonalización nos anula como sujetos
deseantes, anula a los otros, anula la naturaleza, borra el universo, borra las
historias, y hasta los confortantes sueños.
¿A dónde vamos? En esta era no hay un anclaje emocional, incluso tememos a estos lazos, a la estabilidad; la indiferencia es la
opción, ella promete, resguarda,
confirma.


Como resultado de tal despersonalización, hemos creado un
Narciso colectivo, claro que nos parecemos, todos tenemos las mismas necesidades,
pensamos igual, tenemos los mismo
objetivos, somos seres idénticos.
Y qué decir del lenguaje, ese sangrante y escondido
lenguaje, todos podemos “escuchar”, todos podemos “decir”, pero sin duda, lo
importante de este acto es el hecho de podernos comunicar, y no lo que se está
intentando comunicar.
En este intento de comunicarnos con el otro, nos encontramos
con la nada, y terminamos actuando un soliloquio, donde hablamos por hablar,
reímos por reír, no hay nada, vuelve el gran hueco.
Para concluir este texto catártico, quiero volver al tema que me orilló a pensar, cuestionar y compartirles mi barata reflexión de madrugada.
Somos una sociedad donde tratamos de vivir el presente,
estamos totalmente desvinculados de la historia, de nuestras historias, solo
vivimos para saciarnos a nosotros mismos, cumplimos con las costumbres, con las
celebraciones, pero no conocemos que celebramos, no queremos saber o mejor
dicho recordar de dónde somos y de quiénes venimos.
Es que acaso no nos damos cuenta que la historia retorna,
que estamos vacíos, que celebramos nuestra propia derrota, nuestra doliente
esclavitud, nuestro propio olvido.
Diana.
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